domingo, 26 de junio de 2016

Días de vino y rosas (1962)

Joe Clay conoce a Kirsten Arnesen en una fiesta. Son totalmente opuestos. Él derrocha simpatía y experiencia como jefe de relaciones públicas de una empresa de San Francisco. Ella, por el contrario, tiene una visión demasiado idealizada de la vida, y se muestra precavida ante Clay debido a su desmesurada afición a la bebida. Sin embargo, Kirsten acaba casándose con el y sucumbiendo a la misma adicción, acompañando a su marido y compartiendo el terrible descenso a los infiernos.
Una de las mejores interpretaciones (si no la mejor) de Lemmon junto con una jovencísima Lee Remick (siempre tan subestimada), acompañados de una hermosa banda sonora, conforman una unión intensa, agónica, marcando así el antes y el después del paraíso trastocado en una de las películas más funestas (e incluso tétricas) que el cine nos ha regalado en relación a las adicciones. 
Para su época fue todo un impacto la naturaleza con la que se expresa la desesperación. La manera realista con la que se muestra el alcoholismo no solo como enfermedad maligna, sino como una que únicamente puede ser remediada por uno mismo, por su propia voluntad, y la certeza de que hay personas que carecen de dicho poder para acabar con ella.
Ganadora del Oscar a la Mejor Canción Original, del Fotogramas de Plata y del Premio de San Sebastián para sus intérpretes, es uno de los dramas más viscerales y crudos sobre el alcoholismo.  


Spoilers, spoilers, ¡SPOILERS!

La angustia por una botella entre las macetas, la escena del psiquiátrico y la secuencia final, Lemmon mirando a través de la ventana la luz intermitente del bar de enfrente, tentándole. 
Francas y escalofriantes.